Nota preliminar: Hace un año elaboramos lo esencial de este texto en el marco de debates internos entre profesionales. Pensamos que para avanzar en las cuestiones de actualidad hay que dar pequeños pasos en el momento propicio; por ello, nos hubiera gustado dejarlo reposar un poco más. Sin embargo, acontecimientos recientes nos llevan a publicarlo ahora.
Estas notas son ideas que vamos conformando y organizando netamente desde nuestra perspectiva de la sexología. Lógicamente existen más perspectivas, lo cual es muy enriquecedor, máxime cuando algunas de ellas resultan radicalmente distintas, como sucede en todos los campos del conocimiento. Pese a que consideramos esta sexología especialmente útil para comprender el conjunto de las variantes existentes en los sujetos sexuados, somos plenamente conocedores de que todas dan sus frutos. De igual manera, es sencillo comprobar cómo cada perspectiva utiliza similares términos: hombre, mujer, transexualidad, intersexualidad, sexuación, etc.; pero cada una con sus propios significados e implicaciones.

Célebre fórmula de Magnus Hirschfeld con la que buscaba reflejar la inmensa variedad de tipos sexuales existentes. Fuente: Incisex.
Bajo la dirección de Efigenio Amezúa, la elaboración teórica del Instituto de sexología Incisex en las últimas cuatro décadas pivota en torno a la idea de sexo. Más en concreto, del sujeto sexuado. Esto es, el hecho de ser hombres y mujeres modernos con sus muchas y variadas consecuencias. Desde esa idea, se viene explicando que hombres y mujeres son los grandes modos relativos y mutuamente referenciales a través de los cuales el sexo se realiza en el género humano. No los entendemos, pues, como dos formas radicalmente distintas, dos naturalezas, dos clubs, dos géneros o, llevado al extremo, como dos subespecies humanas distintas. Esto permite que nos acerquemos de otra manera, también desde otro lado, a la enorme variedad de hombres y mujeres existentes.
Desde esta idea de sexo, netamente moderna, entendemos que el hecho de ser hombre o de ser mujer no viene determinado por la configuración de su sistema reproductivo o por otras estructuras del propio organismo (genes, cromosomas, cerebro, etc.), como tampoco por su conjunto de hábitos, gustos, sentimientos, habilidades, preferencias, expresiones verbales o actividades. En consecuencia, que alguien sea hombre o mujer no puede ser un diagnóstico al que pueda llegar un tercero (o conjunto de ellos) a través de pruebas, indicadores u observaciones.
Sin embargo, muchas veces vemos que somos los propios profesionales de la sexología quienes incurrimos en algunos de estos dislates al pretender reducir la enorme densidad del concepto de sexo, o del sujeto sexuado, a una categoría, una decisión o alguna de las pequeñas partes de un individuo. Unas partes que, dicho sea de paso, cada vez son más asombrosamente pequeñas e inaccesibles (genitales externos, gónadas, cromosomas, genes, mecanismos moleculares, neuronas, etcétera). Tal vez la expresión desafortunada pero muy extendida de “asignación de sexo” sea la más representativa de estos simplismos que están operando y que parecen no contar con que “sexo” es la raíz de nuestro campo de conocimiento, que llamamos “sexología”. ¿A alguien se le ocurre decir que también se asigna la psique, bios o antropos en el momento del nacimiento? Seguir leyendo →